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PREGÓN DE FIESTA en Honor a Nuestra Señora la Virgen del Rosario Agosto 2000

 

Señor corregidor, como bien dirían nuestros antepasados, o bien, Festero Mayor y edil de este bello pueblo, amigo Parrilla; vecinos y convecinos de aquí, dispuestos a alardear de buena fiesta; forasteros bien hallados en este lugar; a vosotros también, compañeros de juergas y andanzas por estos lares y, algunos hasta cuadrilleros en buenas capeas..., a todos, familiares y amigos en general, habitantes del Villar y aledaños, un saludo efusivo desde mi corazón por haber querido que abra estas fiestas del Rosario junto a vosotros, en este esperanzador año 2000.

 

Hacer un Pregón a la usanza, algo que parece ser se está poniendo de moda, no es tarea fácil si con él se pretende calar en el sentimiento de un público que, más o menos cercano a uno mismo, espera oír algo que no sabe o aquello que, dejado atrás por el tiempo, le aviva recuerdos nostálgicos y cariñosos.

 

Yo, no soy de aquí, pero es verdad que me he sentido siempre como parte de vosotros por ese calor que he recibido y que, posiblemente, me ha hecho y sigue haciéndome vivir, más intensamente, vuestros aprecios sinceros. Y digo esto, porque para realizar un pregón a la usanza, que transmita emociones a cada uno de vosotros, o uno es de aquí o, como yo, debe sentirse tan de aquí como cualquiera. Esa será la carga emotiva que yo dé a cada una de mis frases preparadas.

 

Hablar de la historia del Villar sería repetir las palabras bien entrelazadas que Carmen Niño expresase en el pregón del año pasado, o bien, sería repetir lo que en un pequeño libro de no hace mucho, yo mismo intentaba transmitir con mis limitados conocimientos de naturaleza, pero es verdad que en todo pregón que se precie, no se puede omitir que toda villa ha tenido un origen y un peso histórico y que en este caso, el Villar, pequeña aldea de la repoblación castellana del siglo XIII, viene fuertemente definida por la nobleza de sus gentes, dedicadas a sacar pan de las piedras y carne de los horádales, al buen porte de sus mujeres, admiradas ya por Felipe IV aquel rey bien dado a las cantinelas que diese el título de villa y, sobre todo, a su fuerte fervor y religiosidad, cuya legítima prueba la da su Cofradía de la Vera Cruz, con Bula Papal del siglo XVI. (Ahora plenamente renacida y fielmente reconocida hasta fuera de nuestras fronteras).

 

Pero la historia no tendría sentido sin el acontecer de vosotros mismos y de vuestros antepasados. La historia la escribe el pueblo con sus vivencias, sus tradiciones, sus leyendas, sus fiestas, sus anécdotas y sus devenires y es, ese pueblo, quien ha de decidir que historia desea vivir y cómo hacerlo.

 

Atrás quedan aquellos colmeneros afamados como D. Alejandro Ballesteros; o aquel pastor de más cabezas llamado Fiel y por apellido Cañas, o el propio rebaño del cura Cocerá, y su atrevido sacristán, Patricio Villalba, que volteaba la campanas con una sola mano,... éstos, y tantos otros, que la historia nos refleja dando solera y prestancia a este pueblo allá por los años de 1751. ¿Cuánto no se ha andado desde entonces?
Uno busca en los legajos, desempolva papeles y encuentras repetidos los mismos nombres y los mismos apellidos. Casi todos llegados desde la Castilla del Norte en aquellos lejanos años de repoblación y esos mismos apellidos son ahora la esencia de vuestras familias. Todos y cada uno de vosotros estáis escribiendo la misma historia que ya hicieron vuestros antepasados añorados, porque Ballesteros, Arribas, García, González, Martínez, Blanco, Niño, Parrilla, Ramos y no sé cuántos más, siguen escribiendo páginas de la vida, más o menos intensas, pero fielmente vividas.

 

Y a lo lejos quedan recuerdos, casi próximos, en la búsqueda de personajes o, simplemente, en el recoveco del quehacer diario: las tiendas de Juanito, Cavero, Remigio, el tío Vicente, y... tantas y tantas cosas.
Por eso, el tiempo que inexorablemente avanza convirtiendo en arrugas la piel más lucida de todas, nos sigue dando el motivo de reencuentro con nosotros mismos, siempre ofreciendo al devenir el peso de la ilusión para juzgar entre la humildad y el sincero ofrecimiento de amistad, valores de tan preciado valor en estos tiempos modernos.

 

Y es, ahí, donde la Virgen del Rosario, vuestra Patrona Madre y Señora de vuestros corazones, ofrece su don para acogerá cada uno de vosotros entre ese manto, bien bordado, con vuestras plegarias para implorarle goces, alegrías y sentimientos sinceros.

 

Pero la fiesta tiene también otro sentido. Es verdad que ha pasado tiempo desde que casi todos os dedicabais a espinzar el azafrán, ¿cuántas flores habrán pasado por vuestras curtidas manos?

 

Y es verdad que aquellos y otros duros sacrificios servían para mantener viva la esperanza de futuro, pero también es verdad que todos os habéis divertido como nadie, porque en el acontecer de cada día, las tradiciones, las fiestas, (ahí está la de la Cruz de Mayo), las romerías (como la de Santo Tomás y los huevos), su fervorosa Semana Santa como marco fervoroso de ese Cristo, bellamente cincelado, y tantas y tantas otras que han servido para dar rienda suelta a la emoción contenida, al sentimiento perdido y al jolgorio más querido.

 

Por eso, en el recuerdo está gran parte de nuestra historia. Evocar las travesuras de la infancia, recordar a aquel cabo Carreras que hizo dejar el pueblo más limpio que una patena por quienes habían comido suculentos pichones hurtados del campanario; o cuando varios de vosotros intentabais lucir vuestras excelencias en las verbenas de cada pueblo a ritmo de bicicleta y como no, aquel baile en casa de Juanico, al compás del bueno de Gilete, del que yo gratos recuerdos tengo, el Gardo, con su acordeón, a veces desafinada, o bien, del curioso Cañamón acostumbrado a tocar a ritmo de su pedal.

 

Son, no hay duda, muchos recuerdos avivados por la añoranza y entre todos, la humildad de cada uno de vosotros os definen como "buena gente" porque entre las virtudes, la honestidad y el acogimiento son banderas que ondeáis con orgullo y en esa prueba, me encuentro, porque si el tiempo pasa también el propio tiempo se encarga de definir con mayor prestancia ese lazo de amistad que sirve de base al futuro de la historia.

 

Por eso, aquellos años que el destino hizo escribir la página de la vida más intensa a mi hermano, cruzando su carácter entre vosotros, escribió también parte de la mía. Y si en mi mente está la imagen de una sencilla mujer que sabía afrontar la vida con la valentía de una madre, a camino entre el deber de su hogar y la alegría de sus fiestas, aquella Sinfo, que en Gloria está y a quién desde este pequeño pulpito dedico gran parte de mi loa, también es verdad que muchos de vosotros, que ahora estáis aquí escuchándome, habéis sabido hacer el honor que la amistad define.

 

A los un poco más lejanos, con Miguelón, el Chuti, Pepete, el Moro, Felipe o el mismo Chatarras, "torerillo culandrón como yo", o a los que, por edad, más se me acercan, como el Rubio, siempre disfrazado de mujer perversa, el Rosque, Juancho, Tachín, Macín, que supo lucir el plátano en las tierras chicharronas, el Manchen, Frutos y Donjo, valedor de los más jóvenes en cada fiesta del lugar, y que han compartido mis encuentros, dado la solera a las ricas merendolas de turno, son algunos de los que, por obligación dedico gran parte de mi semblanza.

 

Más próximo, aquellos dandys de los ochenta, formaron la troupe más acorde a una juventud transformada. Entre ellos, el Fary, el Dedos, Jaito, Moncho y otros, dieron el toque carnavalero al rico devenir del tiempo.

 

Pero claro está, que ellos sin ellas no son nada ni nadie. Por eso, hacer pregón sin aderezar el jardín sería hacer boda sin tarta y, es, a las mujeres, a todas las del Villar aquéllas que antaño trujieron sus avatares con el rugor de su frente y las que después fuisteis alma de las fiestas y ahora, seguís siendo la parte más esencial de todo pueblo, quiero dedicaros este pregón, con el fiel sentimiento de que sigáis dando luz a los que deben coger la antorcha del futuro para hacer de este lugar, lo que siempre vosotras habéis deseado, el mejor pueblo del mundo.

 

Y ya llega el final, esperado para algunos y quizás, tempranero para otros, pero en mi corazón ha estado el deseo de agradar, de compartir un momento feliz junto a vosotros, de agradecer vuestro apoyo, de complacer vuestra alegría, pidiendo las disculpas a los no citados y a los que, abusando de excesiva confianza, he referido con "mote" de texto, por eso, a todos, sin excepción os hago protagonistas de vuestras fiestas y que sea ella, Vuestra Madre y Señora, Virgen del Rosario, la que os colme de bondad, suerte y salud, pidiéndole desde aquí que:

 

¡Que haya alegría, amistad y paz!

¡Que olvidemos rencillas y rencores!

¡Que la fiesta empiece con ilusión!

¡Y que suene la música!

¡Viva la Virgen del Rosario!

¡Viva el Villar!

Miguel Romero Sáiz 18 de agosto de 2000