PREGÓN DEL VILLAR DE DOMINGO Descripción: rgon2010GARCÍA - Agosto de 2010 -

Buenas noches a todos:

Estimados paisanos, en primer lugar desearía dar las gracias a nuestro alcalde Javier Parrilla y demás miembros de nuestro ayuntamiento que me han concedido el gran honor de ser pregonero en estas fiestas.

Cuando mi primo “el Bare” me comentó la idea de subirme hoy aquí, pensé: Prácticamente toda mi vida está ligada al pueblo, mí querido Villar de Domingo García, sería bonito compartir con todos mis paisanos y la gente que quiero mis recuerdos, mi percepción del presente, y por qué no, atreverme a vislumbrar algún retazo de futuro. Asique, a sabiendas del enorme respeto que me infundía estar aquí arriba acepté encantado.

Como os digo, la cantidad de extraordinarias experiencias vividas aquí en el Villar se agolparon en mi mente cuando empecé a escribir estos párrafos. Todas y cada una de sus calles, de sus parajes, de su bonito monte…producen en mi cuerpo y en mi mente un balsámico placer, el placer que produce tener la absoluta certeza de que te encuentras en el hogar, en el sitio donde están tus raíces, y aunque a veces la melancolía nos embargue al decirlo, el sitio donde queremos descansar para siempre.

Supongo, que cada uno de nosotros tenemos nuestros lugares predilectos. Cualquiera que me conozca un poco sabe que La Gancha es el mío y que allí se forjaron los años más felices de mi vida. No hay día que no recuerde algún pasaje o anécdota de los allí vividos durante cualquier verano, cuando salíamos a la calle ignorando el asfixiante calor estival y riéndonos de él.

Podíamos dirigirnos a cualquier sitio del pueblo, ¿Qué más daba?. Eran días de pantaloncillos cortos y pandillas de chicotes, que en bicicletejas de variopintos colores recorrían el lugar con pedaleo incansable, subían al puente grande, a la plaza, se deslizaban por el “scalextric” y por último se paraban en “La era de Constancio”, allí construíamos cabañas de ladrillo y maderas, que íbamos rapiñando de aquí y de allá.

El olor a espliego y a tomillo lo inundaba todo. Nada podía perturbar nuestra paz, todo eran vacaciones, amigos, abuelillas dándonos abrazos, besos y pellizcos de mofletes mientras nos preparan bocatas de nocilla o tortas de manteca con chocolate…..la más pura y absoluta de las felicidades dominaba mi cuerpo, la sentía fluir como una corriente eléctrica por cada rincón de mi ser.

Llegaba la noche, y la entonces tenue luz de las escasas farolas nos invitaba a jugar al escondite, al jarrillo de mear, y cuando había suerte (para mi eran las mejores noches) a contar historias de “miedo”, la del dedo del muerto, la del hombre enganchado en la cruz del cementerio…o contando las películas de terror que habíamos visto durante el invierno. La vuelta a casa de la abuela a través de la penumbra podía convertirse en un calvario, en una eterna travesía de monstruosas caras y seres deformes que podían ocultarse bajo los umbrales de las viejas casas, ¿pero qué más daba?, aquella sensación, ese mágico cosquilleo en el estomago me hacía sentir tan henchido de vida que creía reventar.

Al final ya en casa, mi madre que esperaba impaciente, decía en tono apacible, casi un susurro: “venga, a acostar hermoso que ya es hora”. Ya en la cama se acercaba y se despedía con un tímido beso y un cálido -hasta mañana-. Cuando se alejaba e iba a cerrar la puerta, yo pensaba: esa mujer no puede irse nunca, nunca podría dejarme, las madres son seres inmortales. Bendita inocencia.

Ya casi entre sueños hacia un breve repaso mental de las vivencias del día y esbozando una leve sonrisa pensaba: Mañana todavía puede ser mejor….

Y ya lo creo que lo era, pues muy lejos de olvidarme de aquellos tiempos, cada día los recuerdo con más fuerza. Cualquier día normal y corriente, poseía el encanto de transformarse en algo mágico, en una fiesta interminable para los sentidos.

Tan solo hacía falta que la abuela Angustias nos mandara al corral por la mañana: “hala hermosos, a ver si han puesto las gallinas”, para que allí el bueno de mi hermano, y mis queridos primos Jorge y Clara, inventáramos mil y un juegos, mientras, al lado, mi padre iba echando lumbre para “asar unas chuletejas” como el siempre decía, y el tío Juan nos ponía a punto los bicicletos cual mecánico de Ferrari, dentro, en la casa, se oyen risas, son mi madre y la tía Palmi haciendo las tareas del hogar y entretanto soltando chascarrillos sin tino, con un sentido del humor que no perdieron ni tan siquiera en los peores momentos de sus vidas.

Ya por la tarde como un cohete a quedar con Toni y vuelta a patearnos las calles del Villar, cuando ya nos cansábamos y nos bajábamos para la Gancha afinábamos el oído pues de repente sonaba una música que parecía surgir de las profundidades del averno, era el “Machaco” con su espectacular radio-casete que plantado sobre el poyete de la abuela “Conce” rugía con los últimos temas de Barón Rojo o de los Iron Maiden. A nosotros aquello ya nos empezaba a sonar a música celestial y nos quedábamos ahí embobados y simulando que tocábamos la guitarra o la batería como consagradas estrellas de rock.

En fín paisanos, los recuerdos son infinitos, si, pero no quiero ahogarme en ellos sino todo lo contrario y agradezco a la vida el habérmelos dado, pues soy plenamente consciente de que infinidad de niños no corrieron tan buena suerte como yo.

Como os dije al principio, lo que realmente importa es el presente, vivir cada momento como si fuera el último, adaptarse a las circunstancias por duras que sean y mirar siempre con paso decidido hacia adelante, y creo firmemente que nuestro Villar es el sitio indicado para hacerlo.

Cierto que aquí, he probado el amargo sabor de la derrota. A veces subo al cementerio con la moto y me quedo mirando la puerta un buen rato, al final no me atrevo a atravesarla, pues el dolor se clava en mi pecho como si fuesen mil espadas en llamas. Entonces me bajo para el lugar y es en esos momentos, cuando veo con total claridad la mayor razón por la cual amo tanto a este pueblo y a sus habitantes: No hay una sola vez que no me encuentre con un abuelo o abuela que me suelta un chascarrillo gracioso, o con un amigo que siempre tiene un abrazo y unas palabras de consuelo.

Aquí he podido comprobar, que cien veces que me golpeara contra el duro suelo, otras ciento una que cualquier villarense, cualquier amigo (que tengo los mejores que se pueden desear) me tenderá una mano para levantarme y seguir adelante.

Como no podía ser menos, aquí conocí también a la mejor persona que se haya cruzado en mi vida, muchos de los aquí presentes le conocíais mejor que yo y podréis corroborar mis palabras, estoy hablando de Don Manuel, antiguo párroco del Villar. Este gran hombre dedicó su vida por completo a los demás. Sin duda fue una personal especial, un ser tocado expresamente por la mano de Dios. Sé de buena tinta que tuvo una enorme influencia entre algunos de los aquí presentes. Y no es de extrañar, pues su calidad humana y bondad no conocía límites.

Visitaba varios colegios de Cuenca (entre ellos por suerte el mío) repartiendo su sabiduría, siempre nos daba provechosos consejos y nos ponía videos de sus misiones y su gran labor humanitaria en Perú.

A diferencia de otros profesores, los alumnos estábamos deseando verle, que nos hablara y nos contara sus mil y una historias. Nos partíamos de risa con él. En cada visita que nos hacía yo no perdía la oportunidad y les decía a mis compañeros con orgullo: Don Manuel fue el cura de mi pueblo. A lo que ellos siempre me respondían: ¡Venga Mario, no seas cansino que ya nos lo has contado mil veces!

Permitidme que os relate una anécdota increíble:

Llegadas las vacaciones de verano Don Manuel se marchaba a las misiones y no le veríamos hasta el año siguiente. La noticia corrió por todo el colegio como un reguero de pólvora y cuando Don Manuel bajaba las escaleras del patio, comenzó a salir una autentica marabunta de chavales de todos los rincones de la escuela que nos abalanzamos sobre él abrazándole y vitoreándole como si fuera una estrella de cine. Allí había más de 500 niños rodeándole, nos enganchábamos a su cuello y no le dejábamos andar para que no se marchara tan lejos, y el tan feliz repartiendo sonrisas y abrazos a todos. Es uno de los recuerdos más bonitos de mi infancia (y de mi vida).

Murió mientras ayudaba a los demás. Hasta para despedirse de este mundo fue grande.

En fin, paisanos, solo me resta deciros que aunque no parezcan buenos tiempos para un pueblo humilde como el nuestro, creo firmemente que nuestro Villar seguirá resistiendo generación tras generación la llamada de la gran ciudad, si bien es verdad que cada uno de nosotros tendremos que aportar nuestro granito de arena. Observo la cantidad de jovenzuelos que pululan por nuestras calles estos días y les veo realmente felices, espero que nunca pierdan la alegría y las ganas de acudir a la llamada de sus raíces.

Yo por mi parte puedo decir bien alto que he encontrado en estas nobles tierras el amor y la paz interior. Y es de toda justicia agradecérselo en gran parte a mi gente más cercana. Mi pequeña Patricia con la que tanto he luchado y reído a la vez, mis suegros, mi hermano, toda la vida juntos e inseparables, el abuelo Marcelino y mi tía Palmi, mi segunda madre a la que como no puedo hacer un monumento como se merece, dedico desde aquí el más sentido de mis besos.

Ahora, con el corazón en la mano, a mi gente del otro lado como yo la llamo: por supuesto a mis padres, gracias por todo, y a mis añorados abuelos Joaquín, Angustias y Victoria.

Un abrazo enorme a todos los amigos que son muchos y buenos de mi peña los Gayumbos, a los Golfos, los geniales e insustituibles Tintorros y las gentiles damiselas de las No Problem y todas las demás peñas que dan vida a estas grandes fiestas en honor a nuestra venerable patrona Virgen del Rosario.

Antes de terminar y de que todos nos vayamos a disfrutar todo lo que nos ofrece esta gran noche, quisiera hacer una última parada en una estación muy particular. El cuerpo y el alma me pedían en esta ocasión tan especial para mí, levantar una copa y tomármela con los amigos y grandes amantes de nuestras fiestas que nos dejaron demasiado jóvenes y demasiado injustamente. Maxi, Jose Mari y Juan “Juanacas”, brindo por vosotros, por los buenos recuerdos y vivencias que me dejasteis, nunca os olvidaremos y además todo el mundo sabe que los rockeros nunca mueren.

Gracias a todos amigos, a disfrutar de la fiesta y gritemos bien fuerte todos:

¡VIVA LA VIRGEN DEL ROSARIO!

¡VIVA EL VILLAR DE DOMINGO GARCIA!

Mario Ballesteros Martínez -Agosto 2010-