Pregón de Fiestas 2001 (Cipriano Martínez Cañas)
Exmo. Ayuntamiento, autoridades aquí presentes.
Habitantes de Villar de Domingo García.
Familiares, amigos, conocidos.
No hace mucho tiempo atrás paseaba por una de las calles más céntricas de Valencia. Una de esas calles donde los fines de semana se organiza el mercadillo. Para deciros la verdad, no recuerdo exactamente que hacía por allá y donde se encontraba mi mente.
Era uno de esos días donde nos gusta pasear y no queremos si no pasear y pasear, sin exactamente prestarle atención a nada.
De repente, un niño de cara morena y sucia y de sonrisa de oreja a oreja atrajo mi atención. El chaval estaba detrás de un puesto de corbatas y sujetaba varias de ellas en la mano mientras chillaba: “Corbatas, corbatas baratas”.
Muchas de las gentes que pasaban por allí echaban una ligera mirada y pasaban de largo. El niño, con gran espíritu emprendedor, no cejaba en el empeño: “Corbatas, corbatas baratas”. Quizás fuera por mi afición a las corbatas, quizás por el gran empeño que ponía el chaval… me acerqué al puesto del muchacho.
- ¿Qué tienes en tonos amarillos? - le pregunté.
- Las tengo estampadas y lisas. ¿Cómo las prefiere? - me contestó el chaval con unos ojos muy abiertos y una más grande sonrisa; quizás pensaba que por fin hoy tendría algo que llevarse a la boca.
- La verdad es que me gustan estampadas. Pero… una pregunta: ¿de dónde eres? Ese acento no es de levante
- Soy de un pueblecito de cuenca y hace unos días me vine a Valencia con mi familia. Han sido unos años difíciles y la gran ciudad y la oportunidad de hacer algún dinerillo nos ha traído aquí.
- ¿Y como va el negocio?
- Ya sabe, unos días a base de sopas y otros hasta me puedo comer un buen trozo de carne.
- ¿Y echas de menos el pueblo?
- ¡Que si lo echo de menos! Siempre que tengo una pequeña oportunidad me largo para allá. Dentro de unos días serán las fiestas del verano y… ¡no me las pienso perder!.
Le faltó tiempo al chaval para empezar a enumerar montones y montones de acontecimientos que tenían lugar en su pueblo. Se notaba el gran cariño que el jovenzuelo tenía por su pueblo natal. Yo escuchaba y escuchaba y al mismo tiempo recordaba mis años y veranos en Villar de Domingo García. Como podéis imaginar la emoción podía conmigo mientras mi nuevo amigo seguía contando mil batallitas: que si vaquillas por la tarde; que si a comer una chuletitas y tomar un buen vino a la cueva; que si baile por la noche; que si las peñas, los disfraces y el chocolate caliente a altas horas de la madrugada; que si la Misa Mayor el Domingo; que si el aperitivo en el bar con todos los niños corriendo de un sitio para otro...
Creo que el repertorio del chaval no duró más de cinco minutos pero para mi aquel recuerdo me pareció años. Por mi cabeza no solo pasaron los millones de buenos momentos que uno había vivido durante las fiestas en el pueblo. También los malos tragos y las experiencias del día a día, como si estuviera viendo la película de mi vida, surcaron mi memoria. Recordaba… tenia once años, esos días donde uno era conocido como “Cipria”: el muchacho de la Encarna de Ciriaco; recordaba también los paseos a la escuela después de una dura batalla con mi madre para que me levantara de la cama. Batalla que luego continuaba con don Salustiano que se empeñaba en que me aprendiera las tablas de multiplicar cuando a mi lo único que me apetecía era jugar con los amigos en la Gancha (la escuela y yo nunca nos hemos llevado muy bien). En la pandilla… Máximo de Deogracias y Paco Carballo “Pichi” que en gloria estén, Jesús el colorao, Paquito el de los fideos, Luis Fuentes y Manolo Medina el del guardia, la Emilia una amiga muy especial. La verdad es que nos ganamos la fama de traviesos justamente. Recuerdo el día que arrancamos las lechugas de la Boni de Pareja o los días que la Sra. Reme de Poveda venía detrás de nosotros con la escoba cuando intentábamos coger moras, y Don Rogelio con aquellos capones retorcidos que daba cuando subíamos a la pared del atrio de la iglesia.
Entre las anécdotas… la Justa de Pablito intentando arreglar las partidas de cartones que jugábamos con su hijo Florián, y aquella señora que me daba un huevo para canjearlo por vino en casa de la Sra. Petra, o Urbano “caracol” encima de una mesa, haciendo su arenga particular a la virgen con aquel estribillo a la borrica de Ciriaco. Recuerdo cariñosamente a los Chanos, familia lejana mía; mi tío Mariano, la Anuncia, la Flu, la Conce y la Guada que en Viernes Santo nos ofrecía su casa para oír el sermón de las siete palabras.
Como no, especial mención merecen mis padres. Ciriaco, hombre honesto donde los hubiera, si no le llevaba la comida no pasaba nada pero que se me olvidara el tabaco… eso era palabra mayor. Tengo grabada esa imagen subiendo a la cueva con sus amigos, el jarrillo y esa raspa de pescado que servia de merienda. Y de la Encarna, mi madre… podría escribir paginas y paginas que lo único que harían serian confirmar, si me lo permitís, que como ella no había ninguna.
Y conforme avanzaba… mis recuerdos se entremezclaban entre dos pueblos: el Villar y Xirivella. Es difícil trazar una línea en el tiempo cuando se ha vivido tanto y tan intensamente en los dos pueblos. Nunca ninguno me defraudo.
Con gran atrevimiento, mi nuevo amigo se dirigió a mí:
- Y usted... ¿Es de Valencia?
- Pues la verdad es que yo también soy de un pueblecito de Cuenca y hace ya muchos años me vine a Valencia. Me vine con la familia y prácticamente con lo puesto porque no nos daba para mucho tampoco. Eso si, juventud y espíritu emprendedor nunca me faltó. Empecé casi como tu: vendiendo bañadores en el mercadillo de Benidorm y... tijera en mano... cortando cajas de cartón a las tantas de la noche. Luego la mili y los amigotes hasta que conocí a mi mujer. Gracias a Dios... hoy tengo una familia de la que me puedo sentir muy orgulloso... y un negocio...que además de negocio, es otra familia.
Compre la corbata, le desee lo mejor del mundo a aquel nuevo amigo mío y me largué a casa.
Sin embargo, una cuestión seguía rondando mi cabeza. Aquel chaval había descrito las fiestas de su pueblo como si hubiese descrito las de Villar de Domingo García y, sin embargo, yo estaba cierto que las fiestas de mi pueblo eran distintas a las suyas. Diré más, eran mejores que las suyas, o al menos así yo lo creía. Pensé de nuevo... si en todos los pueblos de Cuenca tienen vaquillas, baile y buenas comidas... ¿qué tiene de especial Villar de Domingo García? ¿qué tienen de especial las fiestas de mi pueblo?
A primera vista parecía una pregunta de fácil respuesta y venían a mi cabeza las decenas de acontecimientos que tienen lugar en el pueblo durante la semana de Agosto. Sinceramente, ninguno de mis argumentos me convencía. Todo era imitable o prescindible. ¿Qué tiene de especial Villar de Domingo García? Me repetía una y otra vez. Por fin, me vino a la cabeza Nuestra Patrona: la Virgen del Rosario.
Una vez me contaron la historia de aquel chaval joven a punto de casarse que iba todos los Domingos a Misa. Antes de la Misa, como es tradición en muchos pueblos, algunos de los feligreses rezaban el Rosario. El joven siempre se hacia la misma pregunta: ¿no se cansan estas gentes de decir tantas avemarías? ¡Si es que es todo el rato lo mismo!
Con la curiosidad que le invadía, uno de los Domingos se fue media hora antes a Misa y antes de que empezara el Rosario se acercó a una señora mayor sentada en el último banco de la Iglesia. Sin ningún preámbulo nuestro joven le preguntó:
- Perdone ¿Me podría explicar que es esto del Rosario? ¡Parece un aburrimiento tanta avemaría tras otra! ¿No se cansa?
La viejecita giró la cabeza lentamente hacia nuestro intrigado amigo y, con mirada que sólo la experiencia de los años puede dar, le respondió
- ¿Quieres a tu novia?
El joven se quedó sorprendido por la pregunta pensando que quizás la viejecita no le había entendido bien. Aún así, respondió.
- Sí, la quiero mucho.
- Pero... mucho, mucho, mucho - siguió la señora.
- Muchísimo - respondió el joven - es más, nos vamos a casar en breve.
- ¿Y qué le dices a tu novia cuando quieres demostrarle lo mucho que la quieres?
- Pues le digo que la quiero. ¡Qué le voy a decir si no!
- Y a tu novia... ¿le gusta que se lo digas?
- ¡Cómo no le va gustar! Le encanta. ¡Hay días que se lo puedo decir hasta veinte veces!
- ¿Y no se cansa tu novia de oír tantas veces lo mismo?
Aquella respuesta dejó a nuestro joven amigo pensativo. Por fin entendió el significado del Rosario y lo mucho que le gusta a Nuestra Madre del Cielo. Entendió que el verdadero significado del Rosario no es repetir y repetir siempre lo mismo. Entendió que eran avemarías como podía haber sido cualquier otro piropo o cumplido a Nuestra Madre del Cielo. Lo fundamental: el amor con el que se dice; el amor con el que se vive.
Y gracias a esta pequeña historia es como descubrí por qué para mi las fiestas del Villar significaban algo más. Las fiestas no sólo se miden por la cantidad de actividades o acontecimientos que vendrán a partir de hoy. Las fiestas de un pueblo “se viven”. ¡Hay que vivirlas! Y... sinceramente, no veo mejor manera de vivir unas fiestas que con vosotros: los del pueblo o los de la ciudad, los que estáis o los que venís, los familiares o conocidos, los amigos. Todos hacemos que estas fiestas del Villar signifiquen algo más para todos y cada uno de nosotros.
Que Nuestra Patrona, la Virgen del Rosario, nos ampare en estas fiestas y nos haga disfrutarlas.
¡¡ VILLARENSES !! TODOS A UNA VOZ: ¡VIVA LA MADRE DE DIOS!
Gracias y felices fiestas a todos.
Cipriano Martínez (Agosto 2.001)