Buenas noches a todos en esta noche tan especial: a Javi, nuestro alcalde; al resto de autoridades del Ayuntamiento; a nuestro párroco, Don César. A visitantes, amigos y familiares; y faltaría más, a nuestra queridísima Madre Virgen del Rosario.
A pesar de que cada "pregonerillo" tiene su librillo, todos y cada uno de los que hemos tenido la gran suerte y el inmenso privilegio de asumir este papel, no tenemos por menos que agradecer desde lo más profundo de nuestro corazón que Javi pensara en nosotros para concedernos tal honor…y no es para menos; porque es ahí mismo, en el mismo centro de nuestro ser, donde cualquier lugareño lleva al Villar, a sus vecinos y, como no, a nuestra adorada Patrona. El segundo envite de cualquier pregonero que se precie, ha de relatar, sin mucha floritura, para no aburrir al personal, el momento en el que se le comunica que ha sido el elegido para tan colosal tarea, e intentar describir lo indescriptible de la catarsis que la increíble noticia provoca en cualquier mortal:
-‐¡Rin rin!
-‐Clara coge el teléfono, es Mario.
-‐Hola, hermoso. ¿Qué dices?
Y entre esa conversación que viaja entre cajas de cerveza, la Palmi y la Patri, el nuevo cartel de las esperadas fiestas, esto y lo otro…a mitad de camino, va el susodicho hermoso y espeta sin una miaja de anestesia y al más limpio de los "bocajarros":
-‐Oye, que me ha dicho Javi que si quieres dar el pregón…
Es entonces cuando se produce un silencio obligado, ya que entre el nudo en la garganta, las vueltas que da el estómago y que el corazón se te detiene, no te queda otra que intentar ver si todavía respiras…
En fin, este periplo no ha hecho nada más que empezar: el órdago lo echas cada vez que te plantas frente al ordenador y te dedicas a borrar tres palabras de las dos que has escrito, pues cada carácter que tecleas te parece ínfimo para lo que el encargo supone: nada más y nada menos que estar a la altura de tanto como el pueblo me ha dado. Y me da. Cada día.
El principal problema es por donde ha de empezar uno, pero sorprendentemente, de forma instintiva mi cerebro define fluidamente y con trazos bien definidos el significado del Villar: "Paraje inigualable, remanso de paz donde me gusta estar siempre, rodeada de personas que quiero y que siento que me quieren". Acto seguido se agolpan miles de anécdotas vividas aquí, las que, a mis "taitantos" ya, he ido atesorando en mi caja de caudales, teniendo en cuenta además, que las casualidades de la vida hicieran que naciera en agosto, y tuviera la suerte de ver el primer rayo de luz en esta maravillosa tierra que tanto significa para mí.
Por fin, después de varias intentonas comienzo a devanar el ovillo e hilar el relato y me pregunto "si a los tres días de vida crucé los míticos Collaillos, para encallar directamente en casa de mis añorados abuelos Angustias y Joaquín… ¿Cómo no empezar hablando de la Gancha? Ya sé que muchos diréis y con razón: "Vuelta la borrica al trigo con la Gancha, tela marinera con los gancheros, ¡qué pesaos, madre! Pero no sólo los más cercanos a mi entorno son conscientes de que para algunos ha sido siempre el centro de nuestro mundo, la capital del universo… Esos largos veranos en los que el barrio entero era como el patio de tu casa, en los que la abuela Angustias nos hacía "pampartas" para desayunar y con ella en mano ya salías a inventarte el siguiente minuto, siempre protegida por mis más fieles escoltas: mis hermanos siameses Jorge, Víctor y Mario; y flanqueada por todos y cada uno de los chicotes y chicotas de los alrededores: Laura, Toni, Alberto, Mari Ro, José Luis, Chin, Jose, Julito, Luisito, Alfredillo, y Emilio como poco… Los días transcurrían plagados de las más variopintas aventuras, que ríete tú de El señor de los Anillos: taller de arcos y flechas con el bueno de Leocadio; afinar la puntería con la escopeta de perdigones; ponernos morados de moras, valga la redundancia, del moral de la Luisa, deslizarnos por los balagueros montados en rústicos trineos improvisados con botes de detergente; merendarnos una torta de pipas de camino al Santo o sacar salivando nuestro bocata de Tulicrem que la Hilaria nos preparaba como el mejor de los "masterchefs", y devorarlo en mi paraíso personal por los siglos de los siglos: los álamos de la Chopa. Amén.
Nuestro navegar por los mares de la juventud, pasa sin remedio por el descubrimiento, cual Colón en las Américas, de que Finisterre no estaba en el Pilar Viejo. Ese muchas veces zozobrante crucero, nos llevó a hacer escala en la Plaza, exprimiendo el bar de Mariano con interminables partidas de cartas; el rollo del olmo y la fuente, saciados de escuchar risas y gritos del Bote-‐botero y del Jarrillo de mear; y como no, las escaleras del antiguo Ayuntamiento; todos ellos cómplices irremediables de nuestros más íntimos secretos.
Continuábamos zambulléndonos en nuestros juegos por doquier: nuestras inagotables bicis se deslizaban como si fueran por raíles haciendo las rigurosas paradas en el patio de Goyo, la arboleda, las escuelas, el porchecete del consultorio, el frontón, el depósito de la Fuente El Gallo, Santa Ana, el empalme, la Cañá las Cuevas…y un sinfín de destinos que ni los viajes de Marco Polo.
Din-‐don-‐din, próxima parada: el Puente Grande. Madre mía. Aquí hay que hacer un stop, amigos: imaginad por un momento a la Silvia, ataviada con sus pantaloncillos y armada con su guitarra, cual Mª Jesús y su acordeón, dispuesta a formar un coro tal, que ya quisiera el Orfeón Donostiarra. Allí nos apostábamos, bajo el puente, cual corderillos con su pastor, y siguiendo los acordes de la guitarra de nuestra admirada directora, entonábamos sin cesar a dos y tres voces si era menester, cancioncillas que nos perseguirían como nuestra mismísima sombra: "Dónde está la juventud…", "Madre anoche en las trincheras…"
Nuestro puente y sus aledaños también fueron testigos de la forja de ese grupo de amigas cuyos lazos se han ido estrechando cada vez más a través de los casi treinta años ya transcurridos: esas pequeñas que se devanaban la sesera para ponerle un nombre a su peña, son las mismas No Problem que hoy en día continúan preparando sus fiestas con más ilusión si cabe que el primer día. Si, amigos, ahora es a través de whatsapp, pero en este caso, el fin sí que justifica los medios.
En fin, mi mochila va cargada hasta las trenques de las más preciosas sensaciones que endulzan cualquier sinsabor, y que por supuesto abarcan cualquier momento del año: el olor a estufa del invierno, las gachas haciendo borborbor en la sartén de la Tere, el frío que pela, la nieve hasta los tobillos y las bolsas de agua caliente en la cama, la misa del Gallo y los villancicos, la más bonita de las Semanas Santas que puedan existir, el olor a incienso de nuestra sacristía, el sonido de botellas del infinito ir y venir de mi tío Loren por el almacén, la labor de ingeniería de nuestras carrozas… Toda una vida, sin duda alguna.
Hace unos años pedí a mi madre y a mi tía que escribieran todas esas vivencias de su infancia que nos habían ido relatando, a la par que iban tejiendo nuestras vidas. Nunca lo hicieron, pero las retengo en mi mente como el que guarda su más preciado tesoro. Esto hace que el capítulo uno de mi vida, comience no en ese doce de agosto de 1975, sino mucho antes, en la época de la posguerra en este pequeño pueblo, que siempre ha sido para mí un paraíso, un oasis, un lugar onírico, ajeno a los avatares de la vida. Así que miles de veces me he metido en el papel de una pequeña niña que en compañía de su inseparable hermana, soportaba las penurias de peores tiempos pasados. Las mismas hermanas que acompañadas de las siempre queridas gentes de este pequeño lugar, disfrutaban de infinitas aventuras que exprimían de un lunes o martes cualquiera.
Cuántas veces nos hablaron de Doña Ascensión, su primera maestra; y de cómo aprendieron a leer en la escuela que estaba en la casa del tío Romancillo. Cantaban "De colores se visten los campos…", y bailaban al son de "Los Chopos de la Alameda". En seguida pasaron a la escuela de los mayores, en el Ayuntamiento, con Doña Micaela, que bien les preparó los verbos de la primera conjugación, con los que iban a convivir hasta hartarse: segar, espinzar, espigar, acarrear, aventar, vendimiar… y un muy largo "-‐ar"… Aunque nada podía empañar sus divertidos e inocentes juegos de recreo en la calle de la Amparito.
Montones de veces nos relataron como después de la escuela corrían a pelar mimbres en ca'l Barberillo. Todos querían coger la mordaza a la sombra… si te tocaba al sol, ¡amiguito! Menudo lío, se secaban los mimbres y luego pesaban menos. ¡Ya te podías echar en sal! Echaban carreras a ver quien pelaba más…y por mucho que se empeñasen nunca podían pillar al insuperable Paco "el Jarillo". Cada día era una fiesta a pesar de los pesares, que no eran pocos…y la repanocha era el día de la Masiega, el día que el Barberillo celebraba el fin de la pela de mimbres con una merendoleja.
Cualquier contemporáneo sería incapaz de encontrar un ápice de color en esta historia que se puede antojar más en blanco y negro, con más negro que blanco… Sin embargo, eran capaces de teñir con sus risas el más oscuro de los episodios. Rápido la abuela Conce, después de un laaaargo día, preparaba la mesa de la matazón a modo de escenario, para que las cuatro patas de dicha mesa, a saber, la Emilia, la Tere, la Ro y la Palmi, acompañadas de todo un elenco de pequeñas estrellas, desplegaran sus artes escénicas para deleitar al personal con las más jocosas comedias, al módico precio de diez céntimos la entrada: "Señoras y señores, ladies and gentlemen, la recaudación será destinada a adquirir un bonico San Antonio, cuyo coste asciende a diecisiete de las antiguas pesetas…"
Madre mía…podíamos capitular historietas y llenar páginas y páginas hasta rebosar los tomos de la A a la Z de la misma Espasa-‐Calpe. Pero el fin de este cuento es simplemente reflejar que es nuestra familia y seres queridos los que se han encargado de dejarnos la más valiosa de las herencias: el latir al unísono de un "pueblito bueno", que sufre cuando sufrimos y que se alegra con nuestras alegrías.
Es especialmente difícil para mí hablar de aquellos seres queridos que ojalá nos cuiden desde un lugar mejor. Algunos nos dejan un vacío que es imposible de llenar por todo punto, y a veces sientes que la melancolía te invade y se queda a vivir a tu lado… Hubo un día, hace ahora diez años, en el que el alma se encogió en mi familia y el tiempo se congeló. Ese día en el que el sol dejó de brillar en muchos corazones y nuestros ojos se empañaron con una incesante lluvia…Fue ese mismo día en el que pensé que sería incapaz de volver al pueblo... más algo mágico tiene que tener este pequeño punto en el mapa que nos atrae cual imán, que nos devuelve la sonrisa, que nos allana el sendero y nos hace revivir como si del ave Fénix se tratase. Esa magia brota de cada rincón, de cada casa, de cada uno de los gestos que cualquier paisano te dedica sin necesidad de cruzar palabra… y además está Ella. Nuestra Madre y Señora que nos acurruca y alienta con esos ojos misericordiosos que te llenan de paz.
Esos mismos polvos mágicos, son los que hacen del Villar una especie de lugar encantado que atrapa sin remedio a aquel que pone los pies en él. Muchos son los visitantes que se han quedado prendados de sus Fiestas patronales, de la Romería de Santo Tomás, de la ya tradicional Semana Romana, de sus cuevas, de su incomparable sierra, y como no, de sus caballeros y de sus damas… incluso algunos foráneos que han caído de manera irremediable a sus pies, ya han hecho de nuestra tierra su propio hogar.
No quiero entreteneros más, pues la Fiesta está por comenzar y estamos todos impacientes por escuchar ese chupinazo que nos permite un año más estallar de alegría y divertirnos en un no parar de jolgorio. Pero con la venia de sus señorías, me gustaría agradecer a mis seres más queridos, esos que saben cómo iluminar mi camino cuando más oscuro está: a mi madre la Palmi, que necesitaría los pregones de una eternidad para decirle todo lo que vale y lo muchísimo que la quiero; a Juan, mi padre, que hace ya muchos años dejó atrás su Madrid castizo para convertirse en más villarense que la Huerta Concejo; a mi hermano Jorge, fan número uno de éste su pueblo; a mi Juli, mi Principito personal; a mis tíos Tere y Loren y a mis abuelos, que nunca se fueron; a mis hermanos-‐primos del alma, Víctor y Mario; a mi Patri querida; a mis chicos pequeños Roberto y Lidia; a mis primas Madrivillarenses, Cosi y María, ¡qué haríamos ya sin vosotras!...; a mi tía Angelita; a mis preciados vecinos gancheros; a mis adoradas chicas de las No Problem; a mis Tintorros, a los Mamones, Gayumbos, Golfos, La Bota, Guachulay, Rotundas… y a todas las peñas que hacen que estas Fiestas sean únicas; y un GRACIAS con mayúsculas y en luces de neón a todos y cada uno de los que espero me perdonéis, no he citado en esta larga lista.
Amigos, familiares, forasteros y peñas…continuad escribiendo la más bella Historia Interminable que jamás se haya narrado… y ahora, pintad de bonitos colores y alegría nuestras calles para honrar a nuestra venerada Madre Virgen del Rosario y ayudadme a gritar bien alto:
¡VIVA LA VIRGEN DEL ROSARIO!
¡VIVA VILLAR DE DOMINGO GARCÍA!
Clara Santiago Martínez