Sr. Alcalde,
Comisión de Festejos y Consistorio Municipal.
Peñas de mayores y menores.
Señoras y Señores.
Buenas noches a todos.
Siempre pensé, que el privilegio de abrir unas fiestas correspondía tan solo a personajes de dilatada trayectoria profesional o vital. Por ello, he de reconocer que mi primera reacción cuando el Alcalde, me pidió que fuera yo el encargado de inaugurar las Fiestas de Villar de Domingo García fue de sorpresa por un honor que sinceramente creo inmerecido.
Además pensé que me resultaría complicado explicar mis sentimientos, y la verdad, no lo es, no tengo más que citar lo que sucede cuando desde cualquier otro lugar enfilo los últimos kilómetros hasta aquí. Como alguno de vosotros sabéis, nací lejos, en tierra de viñas. Y sin embargo, ¿por qué empiezo a sentirme como en casa cuando veo a mi alrededor las alcarrias, los rubios rastrojos, los amarillos girasoles y los verdes olivares?. En el Villar nunca me he sentido forastero, ni siquiera la primera vez que vine en 2008. Creo firmemente que este pueblo y sus gentes, acogen a todos con la misma fuerza, con el mismo cariño, sin restricciones.
El trabajo me trajo hasta este rincón conquense, en busca de grandes descubrimientos. Y efectivamente aquí encontré importantes hallazgos, buena, muy buena gente, y mucho futuro para ellos entre sus tierras.
Al contrario de lo que se suele hacer en este tipo de actos, yo no voy a hablar de mi experiencia vital en el Villar, sino del propio Villar de Domingo García, de sus gentes. Pero no sería fiel a mí mismo, si como arqueólogo, no empezase el pregón sin aludir aunque sea de manera sucinta, a vuestro excepcional tesoro, la Villa Romana de Noheda, yacimiento con tan inmenso potencial, que si le dejan, sin duda va a convertirse en unos de los pilares fundamentales para vuestro futuro.
Solemos olvidar con demasiada frecuencia que la Historia de un pueblo no es sólo aquella relacionada con sus ricos romanos, ni con nobles alcurnias, ni tan siquiera con lo relacionado con sus épicas gestas o triunfantes batallas, más bien, la Historia de un pueblo, la encontramos en el devenir de sus gentes.
Por eso voy a hablaros de la verdadera historia, de la que considero más importante: la vida de los hombres y mujeres de Villar de Domingo García: Pura vida, historia pura.
Se dice que recordar es igual que vivir dos veces. Mirar hacia detrás en el tiempo, es despertar con nostalgia en ocasiones, y otras con dolor, los sentimientos y sensaciones que creíamos olvidados pero que irremediablemente forman parte de nosotros. Rememorar lo sucedido, es conmemorar épocas pasadas, enriqueciendo con ello nuestro presente y aportando la experiencia vivida por otros.
El pregón de este año pretende aproximarse, en la medida de sus posibilidades, a la amplia retrospectiva de vuestro pueblo, a su extensa cultura popular. Quiere hacer una pequeña excavación arqueológica, no en la tierra que pisamos sino en la memoria, para a través de sus imágenes hacer fluir esa Historia profunda que las generaciones nos han dejado. Me gustaría reflejar todo un compendio de modos y modas, de maneras y comportamientos familiares, filiares y sociales, que a lo largo de los últimos 100 años se han desarrollado en Villar de Domingo García.
En esos años, el tiempo y el denominado desarrollo ha cambiado un mundo de costumbres y maneras de vivir, en el cual habían estado inmersos los hombres y mujeres del siglo XX, así como sus antecesores. Tuvieron que vender sus mulas y aprender a conducir los nuevos vehículos a motor, dejaron de realizar los cultivos de siempre, porque ya no eran rentables. Olvidaron su habla, porque aquellas palabras que usaban, se perdían al mismo tiempo que dejaban de utilizarse los objetos a los que daban su nombre.
A las viejas costumbres hemos de ayudarlas continuamente, ya que el tiempo las engulle dejándolas en el olvido.
Hasta hace poco tiempo, lo popular, lo rural, lo campesino, era objeto de burla y mofa. Ahora la realidad ha cambiado tanto cualitativa, como cuantitativamente. Se acude a los pueblos a estudiar su Historia y se observa desde otra perspectiva, desde la mirada que ofrece la esencia pura del ser. Cuando el hombre se siente perdido, sin rumbo, vacío, vuelve a la línea de salida, a sus orígenes, al pueblo. En él, en Villar de Domingo García, sabe que encontrará la cordialidad que se mantiene inalterable. Busca el aire puro de sus campos, la belleza de sus paisajes, la maravilla que entraña conversar con los más ancianos.
La vida es la suma de momentos, como la historia es la sucesión de eventos. La biografía del Villar es el compendio de las vidas e historias particulares de sus gentes, que apegadas a este suelo, cuajaron nuestra identidad como pueblo, mientras la tierra giraba impasible. Paisanos con nombre y apellidos, conocidos y a veces llamados por sus motes y que siempre contestaron - y si no que os lo digan a los morrones-. Son personas anónimas que no aparecen en los libros de Historia, pero que son historia: cultivadores de la rutina, almas corrientes y molientes que se han tocado, han sentido y que han convivido, dejándonos una herencia de valor incalculable.
La verdadera razón de la existencia se encuentra en lo cotidiano, en la autenticidad de las pequeñas cosas. Imágenes, que silenciosas dicen más de mil palabras nos hablan de aconteceres antiguos, de viejos tiempos, de tradiciones impertérritas que en ocasiones se pierden entre el silencio y la sombra, y que casi nadie recuerda porque la amnesia se aviva si uno quiere olvidarse. Imágenes, que reflejan los modos y maneras de vivir de los villarenses a lo largo del siglo XX. Imágenes, que representan una época en que las faltas eran más que las sobras, aquellos años del tener o no tener, cuando las haciendas se medían por pares de mulas, y las mozas eran merecidas según los pedazos que tenías sus padres. Donde no cabían medias tintas entre los pretendientes: o se era de medio pelo o se era pelagatos. Estas imágenes nos muestran las mocedades de nuestros abuelos y padres, cuando en la escuela, siempre separados en sección femenina y sección masculina, se aprendían las cuatro reglas porque, pese al empeño y esfuerzo de grandes maestros como Doña Aurora y tantos otros, no daba tiempo a más, ya que de bien pequeños, eran sacados del colegio porque tenían que ayudar a la escuálida economía familiar. Y la cosa era peor aún para los que no tenían posibles, en el campo andaban sus primeros pasos: escardando, segando, acarreando, buscando collejas o rebuscando aceituna. Escasos caprichos tuvieron, solo necesidades e ilusiones. Las niñas jugando con muñecas de trapo cosidas por las madres, los niños haciendo lo propio, la mayoría con juguetes de madera tallados por los padres en la oscuridad de noche y al calor de la lumbre, y otros comprados con mucho esfuerzo. Y los zagales, aprovechaban el escaso tiempo que les dejaban libre sus dilatadas jornadas de trabajo, jugando a los bolos, o a la pelota a mano en la fachada del viejo ayuntamiento.
La merienda, si la había, era a base de “sopanvino” o un cacho de pan con pepino. No había pan duro en aquella época, cuando los pucheros en la lumbre daban ocasión para soplar la cuchara, y si no, que no faltara tocino fresco en el frosquil, que el gorrino, siempre raquítico de perniles, era el único agarradero que alegraba la alacena de matazón en matazón. A rancio nos saben los viajes para errar las mulas a la fragua de Emilio, así como aquellos días que se esborrizaba, o después se espinzaba la rosa siempre ayudados por vecinos y amigos, o se hacía pleita en la cocinilla los días de temporal, o se cogía cerezas.
Y cómo no hacer mención a la mujer, que desde que amanecía empezaba a trabajar para tenerlo todo previsto: comidas, casa, corral, o amasar el pan para llevarlo a cocer a alguno de los hornos, el de la Posada, el del Callejón del Horno o el del tío Victoriano. Además tenía que acarrear el agua en botijos o cántaros desde el pilón a su casa, y si sobraba tiempo ayudar en el rastrojo o ir a segar espliego para ayudar a la maltrecha economía doméstica.
Con gran frecuencia se habla de la mujer trabajadora de hoy en día, pero las de antaño no lo eran menos, mujeres acartonadas, envejecidas antes de tiempo por los esfuerzos realizados, tanto en el campo, como para sacar adelante a la numerosa prole. Y siempre con una sonrisa en la boca. Estas mujeres sí que eran dignas de un verdadero homenaje. Y desde este estrado, en reconocimiento a tanto sacrificio callado, les pido un aplauso para todas ellas.
Tiempos lejanos de ajustes por la costa entre pastores y mayorales, de simienzas, de trillas en la era, o allí mismo aventado paja, de tierras aradas con la mula, de rogativas a Santo Tomás para que lloviera, o de plegarias para que no descargara pedrisco. Los quintos, acompañados por Gabriel el músico. Momentos de misas, catequesis, deambular de la Virgen de Fátima, procesiones en las fiestas de guardar; y en Cuaresma, paseo y pipas. Eso sí, algo más picajosos eran los paseos en verano por la carretera adelante, y más si se hacían caída la noche.
Y los domingos por la tarde, baile en el Casino de Juanito, primero con el “picú” que se enchufaba a los altavoces de la radio, y luego ya llegaron los tocadiscos.
De vez en cuando de estrene en bodas, bautizos y primeras comuniones, hasta que llegaban las fiestas, con toros y baile con la orquesta y luego, las más modernas además venían con animadora.
Parecen historias de mentideros, donde nunca hubo un viejo flojo ni cobarde; y pasto de conversaciones de abuelos de pura cepa sobre guerras y posguerras, sobre la mili o las faenas, tan duras como ellos.
Después vinieron otros tiempos de patria, justicia y un poco más de pan. Los tajos de segadores se cambiaron por cosechadoras. El arado tradicional, fue sustituido por tractores, y los adobes de las viejas casas, se reemplazaron por hondos cimientos y altas paredes realizadas con rejolas en las viviendas nuevas. Nuestras vidas se llenaron de cocinas de butano, de neveras y de váteres, y los cantos de las calles quedaron bajo el alquitrán, y sobre él rularon flamantes coches y motos. Entonces, para dar combustible a los vehículos llegó la primera gasolinera en el Villar, y el primer mapa de España en ésta.
También, desgraciadamente muchos villarenses tuvieron que mudar los hatos cogiendo el Coche de Línea, o el tren que les llevarían fundamentalmente a Madrid y Valencia, aunque algunos se fueron a Barcelona o Francia, emigrando como golondrinas a buscar veranos mejores.
Otros se quedaron, y el tío Povedano pagaba a las tricotosas para por hacer ropita de bebe, y muy bien que venía ese dinerillo conseguido por las mujeres para la ayudar a la ajustada economía familiar.
Más tarde entraron las modas de yeyés, de yenkas y de hippies, de pelos largos y faldas cortas, de medios de ginebra de garrafa tomados fumando Lucky Strike, mientras se bailaba suelto el twist o el rock and roll. Al tiempo, las flechas del amor de Karina alcanzaban los corazones jóvenes animados en guateques por el Lalalá de Massiel y por la fiebre de los Beatles y los Brincos.
Nuestras edades se llenaron de coca-colas y colacaos, de yogures y petit-suisses, de pantalones de campana y zapatillas de marca victoriosa. Los galanes y las actrices de los cines, que el viento se llevó, se fueron con Tarzán y el Zorro; como también se marcharon los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, al ver que los dibujos animados ocupaban su lugar. Y la vida ya no siguió igual a pesar de Julio Iglesias.
Luego vinieron la electricidad, la telefonía comarcal –atendida por el tío Juan Miguel – lo recuerdan ustedes? (Villarrrr)-. También llegó el agua corriente, el alcantarillado, la educación y sanidad para todos. Y con la tele llegaron los toros y el futbol a diario, los estudiantes que se iban a la capital a prepararse en la Universidad y los pensionistas sacaban los atrasos con los viajes del imserso y sus bailes, y aunque el reuma acuciaba, en esos días, ni a éste, ni al colesterol, estaban ni se les esperaba. Además se impusieron los pubs, las discotecas, el punk, el heavy, y el bakalao. Y hasta Papa Noël desde las tiendas, suplantó a los Reyes Magos con juguetes que juegan solos y que la sociedad de consumo se vende a sí misma.
Más democracia, más libertad y más bienestar para los que ahora estrenan su recién condición de padres, y que fueron jóvenes aunque sobradamente preparados, en esta era de internet, Facebook y teléfonos móviles.
Sí señor, ya somos modernos, vivimos en una era colmada de ajetreos, “correprisas” y cargados de stress. Y como mandan los cánones de la globalización, que no falte de nada, que es ley de vida.
Estos días son tiempos de fiesta y diversión. Pero también deber ser momentos para la reflexión serena y sincera del presente y del futuro. Vivimos una realidad cambiante y dinámica. El panorama contemporáneo se transforma irremediablemente y el ritmo de la modernidad es trepidante y vertiginoso. Nos encontramos con nuevos modelos, nuevos valores y nuevas actitudes ante la vida: consumismo, prepotencia militar, hegemonismo económico, etc. También nos topamos con contradicciones no superadas: violencia, drogas, hambre, desempleo, injusticia, muros de pobreza no derrumbados, insolidaridad entre ricos y pobres, algunos que piensan que todo vale para quitarle al pueblo lo que es del pueblo y hacerse cada vez más ricos. Conscientes de ello, estamos obligados como ciudadanos del mundo a aportar lo mejor de nosotros, contribuyendo a superar este triste escenario que algunos han bautizado como la globalización. Un mundo dual lleno desigualdades. Una pequeña parte de ricos nadando entre el empacho, la hartura y la saciedad insatisfecha, frente al cada vez más creciente número de pobres solamente hartos de miserias y privaciones. Este acuciante panorama de deshumanización impuesta por lo global, solo puede combatirse con justicia y solidaridad, y es ahí, donde quiero animaros a la esperanza.
Frente a lo global, lo local. Frente al mundo, tu pueblo. Dos escalas: la máxima y la mínima. Dos referentes: el lejano y distante y el cercano e inmediato. Y es precisamente, en esta instancia de lo local, donde tenemos nuestro reducto y encontramos fuerza para la autoestima. La recuperación y el mantenimiento de nuestras raíces comunes, el encuentro permanente con nuestra identidad colectiva y la convivencia estrecha en esta casa común que es el pueblo. Debemos intentarlo y podemos conseguirlo, desde la democracia participativa, desde la tolerancia y el respeto, desde la convivencia y el civismo. Potenciando lo que nos une y minimizando lo que nos separa.
Ahora, en fechas más tempranas que antaño, cuando las fiestas de la Virgen se celebraban en octubre, por que los parámetros laborales de un mundo en constante evolución así lo exigen, volveremos a repetir los que nuestros padres y abuelos realizaron tantas veces. Todo cuanto hagamos, debe rendirles homenaje de respeto y admiración, y a la vez, ser un canto de futuro de un pueblo que mira hacia el frente, preservando su herencia y labrando su porvenir y el de sus vástagos.
Ahora, cuando el verano declina sobre el verde oscuro de los olivos y el amarillo luminosos de los rastrojos. Cuando nos duele la tierra reseca, agostada y sedienta de la canícula estival, nos encontramos con el oasis de nuestras Fiestas. El ciclo del tiempo en su dinámica implacable, nuevamente nos alcanza. Una vez más, el calendario, impasible contador de los años, nos anuncia el fausto suceso del momento festivo. La tradición, signo de identidad de un pueblo, nos conduce al reencuentro con nuestras fiestas como el más importante símbolo de nuestra celebración colectiva.
Hacemos un alto en nuestro camino. Rompemos la gélida monotonía de lo cotidiano. Las fiestas son un compás de espera, un paréntesis sobre lo rutinario. Es el crisol donde se amalgaman nuestras vivencias y querencias, y donde se funden los designios y propósitos de nuestra proyección comunitaria y de nuestra esencia como pueblo.
Atrás, entre luces y sombras queda otro año más. Y con él, la memoria de errores y aciertos, de logros y frustraciones; también el recuerdo de penas y alegrías. Unos se fueron para siempre. Otros seguimos en el sendero, recorriendo nuestra peripecia histórica. La vida continúa. La fiesta empieza. Son días para la armonía intervecinal, para la efusión y la diversión colectiva. Son momentos para ejercer el buen paisanaje, la tolerancia, la comprensión y la convivencia civilizada. Es tiempo para desechar el lamento y la reticencia, cambiándolos por la confraternización ciudadana. Son momentos para entornar la puerta al desaliento y quitarnos las gafas oscuras del pesimismo. Son días para desechar el lamento y abrir la puerta a la esperanza. Olvidemos las ronchas de vida cotidiana. Apartemos rencillas y rencores. Practiquemos el buen paisanaje, estrechemos lazos y relaciones. Sobrepongamos nuestro sentido común y nuestra razón de pueblo, por encima de creencias religiosas e ideas políticas, todas respetables. Hagamos prevalecer lo que nos une sobre lo que nos separa, porque, aunque cada uno tengamos distinto horizonte, todos vivimos bajo el mismo cielo.
Recordemos en estas fechas a los antepasados que se nos fueron; gente que día a día, con firme impulso y entereza, labraron y forjaron nuestro pueblo. Ellos, curtieron su piel trabajadora en siegas y recogidas de olivas, y aguantaron penitentemente, el rigor de los calores, las heladas, los relentes y las escarchas. Desde la comodidad que nos han dado, soportando privaciones y sacrificios, hagámosles un merecido homenaje en nuestra memoria.
Convivamos con nuestros emigrantes, paisanos en la distancia, que en su día se desarraigaron de su pequeña patria en busca pan, y hoy regresan a su paternal Villar para compartir anhelos, recuerdos y nostalgia. Sentiros orgullosos de vuestra cuna y fundiros estos días en un abrazo de hermandad.
A vosotros, jóvenes, apostar por un futuro mejor, sin perder ni un ápice de la libertad por la que otros lucharon. Aspirar a un mundo más justo y más solidario. Una juventud que representa el mañana de este pueblo, y que no debe entender estos días como la excusa perfecta para cometer pequeños excesos, sino unas jornadas excepcionales para renovar energías sin más estimulante que su juventud y las ganas de pasarlo bien.
A los jóvenes y a los menos jóvenes, les pido desde aquí, cautela en los encierros, estos días son para la fiesta, la diversión y el almacenaje en la memoria de buenos recuerdos. Los toros pueden contribuir a ello o, a todo lo contrario.
Dispongámonos pues a disfrutar de la ocasión. Que todos nos vistamos de postín para acompañar a la Virgen del Rosario, y acudamos como una piña a esta ceremonia social cuajada de tradición. También darse cuatro garbeos y pavoneos como el que más, marcarse cuatro bailongos –cada oveja con su pareja- y lucir el tipo bien acicalados y emperifollados. Comamos y bebamos, sin pasarse de rosca ni olvidar otros menesteres. Recordad que quien la sigue la consigue, y que no hay que llegar primero, sino saber llegar. Y también y muy importante, que todo aquel que pueda que atienta lo que no tiene enmienda, pero sin abusar de achuchones ni cogerse más de lo preciso de las agarraderas, llamadas pecaminosas. Aunque eso sí, no asorratarse ni pasar malos ratos cuando se calienten los hatos, que para algunos viajes no hacen falta alforjas. No codiciar huertos ajenos, si uno no es capaz de cultivar el suyo propio. Darse rienda suelta, pero no vaciarse ni viciarse. Que nadie se quede en las primeras matas a verlas venir, pero sin hacer de perro del hortelano.
Javier, de corazón, muchísimas gracias por darme la oportunidad de expresar lo que siento en este pregón. Gracias también a todos los que me han dejado las fotos, aun sin saber para lo que eran y a Elena por recopilarlas.
Perdonen ustedes si he sido pesado en mi alocución, pero en mi intención ha estado, ser respetuoso, ameno y digno para abrir esas Fiestas Patronales en Honor a la Virgen del Rosario de este año 2014.
Y ya para acabar, por favor griten conmigo:
¡Viva la Virgen del Rosario!
¡Viva Villar de Domingo García!
Gracias a todos
Miguel Angel Valero Tévar
22 de agosto de 2014